Actividad en las escuelas. Espacios.
En este caso, llevamos una instalación a las escuelas, y os voy a contar un poco sobre cómo va eso de una instalación antes de presentaros la mía.
La instalación es una manifestación del arte contemporáneo que propone un espacio simbólico para representar una idea o mensaje intencionado. Para ello, se articulan las especiales condiciones del lugar y de los objetos que sirven de soporte y son mediadores del discurso del artista. No necesariamente se configura para su transformación por parte del espectador, pero debe permitir "entrar en juego” a través de diferentes modos de interpretación e interpelación.
La instalación como contexto simbólico
La instalación es un espacio de interacción simbólica, un lugar que permite, da acceso y sostiene el símbolo desde su configuración inicial, ya que, al igual que los artistas, los educadores son gestores de la intencionalidad, pero siendo conscientes de que su rol es proponer y el de los niños y niñas disponer. Un verdadero ecosistema lúdico organizado por el adulto para provocar, desde un orden inicial y una propuesta estética concreta, su transformación y nueva reconstrucción por parte de los niños y niñas a través del juego compartido.
A diferencia de los espacios lúdicos que son resignificados e interpretados por el juego infantil a través de las acciones corporales, las instalaciones en las escuelas se configuran primeramente y se ofrecen después con la voluntad de ser un espacio potencial, lugar de transición entre lo real y lo simbólico en el que todo es posible.
Configuración y dinámica de las instalaciones
Estos contextos de juego se configuran con unos límites y normas básicas para la seguridad y la garantía de la evolución de los niños, además del necesario reconocimiento por parte del adulto de la acción transformadora infantil desde el caos creativo (la idea de caos se refiere a un desorden ordenado o estructurado y que permite el cambio y la gestión de opciones posibles).
Las instalaciones y los objetos se presentan en un sistema de orden (formas geométricas o mandalas: círculos, espirales, estrellas o cuadrados), para que los niños entiendan la existencia de una ubicación o referencia inicial que “seguriza” la apropiación, interpretación e investidura del espacio y los objetos, para hacerlos “suyos” en el sentido físico y psíquico.
Las reglas del juego surgen espontáneamente y se van reinterpretando y ajustando a la deriva lúdica, dando lugar a la complejidad y a la singularidad. Además, en estos espacios, se favorecen múltiples situaciones de aprendizaje en relación, que se generan de forma espontánea y se liberan a través del juego libre: acciones de imitación, exploración, apropiación y trasformación simbólica del espacio y los objetos, desplazamientos y recorridos, nuevos órdenes y posibilidades, etc.
Así, el espacio permite las transiciones del lleno al vacío, de dentro a fuera, de la horizontalidad a la verticalidad, de la calma al movimiento o de la presencia a la ausencia. Y en consecuencia, acciones que posibilitan la aparición de los juegos pre-simbólicos: construir-destruir, llenarvaciar, aparecer-desaparecer, etc. y que evolucionan hacia el juego simbólico que los objetos evocan y promueven. Finalmente, en la narración gráfica u oral de la experiencia, cada niño construye después las representaciones mentales conscientes que el imaginario infantil elabora de la experiencia, como una manera de explicar y explicarse, para identificarse y ser identificado.
Las instalaciones han de estar bien configuradas en su origen para facilitar la aparición del símbolo. Favorece su gestión por parte de los niños que existan loa objetos justos (triadas), no estructurados y en cantidad suficiente para que puedan ser utilizados por varios niños al mismo tiempo o de manera individual. Elegidos por sus características y complementariedad, su exposición ha de resultar “provocadora” para que tengan interés como prolongación de la acción, el deseo y el pensamiento infantil para significar, evocar, remitir, transgredir, etc.
Es importante que las triadas de objetos posibiliten operaciones divergentes y no sólo la acción predeterminada que el objeto propone, sino un posible uso o “diálogo” simbólico: los objetos son portadores de una idea (y una propia poética) que el niño desvela a través del juego para encontrar relaciones inéditas entre ellos.
Actitud del educador
Una vez configurada la instalación, el adulto es el principal referente afectivo. Ofrece la palabra (y la admiración) que reconoce las acciones de los niños y les otorga un sentido cultural. Al igual que en una sesión de práctica psicomotriz, actúa de mediador de los significados pues está dentro y fuera al mismo tiempo sin interferir, dando permiso, observando y acompañando el juego infantil. Y para finalizar, documenta a través de registros orales o visuales (fotografía y vídeo) que permiten compartir todas las narrativas posibles con la comunidad educativa e investigadora.
Elegimos sólo 3 objetos, en mi caso, papel triturado, abanicos de cartulina y esponjas.
Lo que pasó fue sorprendente.
Para empezar, con ayuda de la educadora, llevé a los niños y niñas al patio para poder preparar la instalación sin que la vieran, y cuando entraran se llevaran una sorpresa.
Lo primero que ocurrió fue que una niña cogió y se sentó en el montón de papel mientras el resto simplemente observaba. Estaban extrañados de los objetos que veían, pero sin más, comenzaron a coger los abanicos, los papeles y las esponjas.
Hicieron diferentes cosas, unos simplemente manipulaban el papel, otros tiraban el papel hacia arriba, e incluso hacían "ángeles de nieve". Pero lo que más resaltó sobre lo que hicieron fue una niña que cogió un abanico y empezó a hacer como que limpiaban los papeles del suelo y decía "sucio, sucio".
La verdad que fue una actividad muy divertida y los niños y niñas no querían que acabase siquiera, acabamos todos llenos de papeles por todos lados.
Pero la verdad, que esta ha sido la actividad que hemos realizado en este año que más me ha gustado.
Aquí os dejo un par de fotitos para que veáis lo bien que se lo pasaron (y yo también, obviamente).
La instalación es una manifestación del arte contemporáneo que propone un espacio simbólico para representar una idea o mensaje intencionado. Para ello, se articulan las especiales condiciones del lugar y de los objetos que sirven de soporte y son mediadores del discurso del artista. No necesariamente se configura para su transformación por parte del espectador, pero debe permitir "entrar en juego” a través de diferentes modos de interpretación e interpelación.
La instalación como contexto simbólico
La instalación es un espacio de interacción simbólica, un lugar que permite, da acceso y sostiene el símbolo desde su configuración inicial, ya que, al igual que los artistas, los educadores son gestores de la intencionalidad, pero siendo conscientes de que su rol es proponer y el de los niños y niñas disponer. Un verdadero ecosistema lúdico organizado por el adulto para provocar, desde un orden inicial y una propuesta estética concreta, su transformación y nueva reconstrucción por parte de los niños y niñas a través del juego compartido.
A diferencia de los espacios lúdicos que son resignificados e interpretados por el juego infantil a través de las acciones corporales, las instalaciones en las escuelas se configuran primeramente y se ofrecen después con la voluntad de ser un espacio potencial, lugar de transición entre lo real y lo simbólico en el que todo es posible.
Configuración y dinámica de las instalaciones
Estos contextos de juego se configuran con unos límites y normas básicas para la seguridad y la garantía de la evolución de los niños, además del necesario reconocimiento por parte del adulto de la acción transformadora infantil desde el caos creativo (la idea de caos se refiere a un desorden ordenado o estructurado y que permite el cambio y la gestión de opciones posibles).
Las instalaciones y los objetos se presentan en un sistema de orden (formas geométricas o mandalas: círculos, espirales, estrellas o cuadrados), para que los niños entiendan la existencia de una ubicación o referencia inicial que “seguriza” la apropiación, interpretación e investidura del espacio y los objetos, para hacerlos “suyos” en el sentido físico y psíquico.
Las reglas del juego surgen espontáneamente y se van reinterpretando y ajustando a la deriva lúdica, dando lugar a la complejidad y a la singularidad. Además, en estos espacios, se favorecen múltiples situaciones de aprendizaje en relación, que se generan de forma espontánea y se liberan a través del juego libre: acciones de imitación, exploración, apropiación y trasformación simbólica del espacio y los objetos, desplazamientos y recorridos, nuevos órdenes y posibilidades, etc.
Así, el espacio permite las transiciones del lleno al vacío, de dentro a fuera, de la horizontalidad a la verticalidad, de la calma al movimiento o de la presencia a la ausencia. Y en consecuencia, acciones que posibilitan la aparición de los juegos pre-simbólicos: construir-destruir, llenarvaciar, aparecer-desaparecer, etc. y que evolucionan hacia el juego simbólico que los objetos evocan y promueven. Finalmente, en la narración gráfica u oral de la experiencia, cada niño construye después las representaciones mentales conscientes que el imaginario infantil elabora de la experiencia, como una manera de explicar y explicarse, para identificarse y ser identificado.
Las instalaciones han de estar bien configuradas en su origen para facilitar la aparición del símbolo. Favorece su gestión por parte de los niños que existan loa objetos justos (triadas), no estructurados y en cantidad suficiente para que puedan ser utilizados por varios niños al mismo tiempo o de manera individual. Elegidos por sus características y complementariedad, su exposición ha de resultar “provocadora” para que tengan interés como prolongación de la acción, el deseo y el pensamiento infantil para significar, evocar, remitir, transgredir, etc.
Es importante que las triadas de objetos posibiliten operaciones divergentes y no sólo la acción predeterminada que el objeto propone, sino un posible uso o “diálogo” simbólico: los objetos son portadores de una idea (y una propia poética) que el niño desvela a través del juego para encontrar relaciones inéditas entre ellos.
Actitud del educador
Una vez configurada la instalación, el adulto es el principal referente afectivo. Ofrece la palabra (y la admiración) que reconoce las acciones de los niños y les otorga un sentido cultural. Al igual que en una sesión de práctica psicomotriz, actúa de mediador de los significados pues está dentro y fuera al mismo tiempo sin interferir, dando permiso, observando y acompañando el juego infantil. Y para finalizar, documenta a través de registros orales o visuales (fotografía y vídeo) que permiten compartir todas las narrativas posibles con la comunidad educativa e investigadora.
Elegimos sólo 3 objetos, en mi caso, papel triturado, abanicos de cartulina y esponjas.
Lo que pasó fue sorprendente.
Para empezar, con ayuda de la educadora, llevé a los niños y niñas al patio para poder preparar la instalación sin que la vieran, y cuando entraran se llevaran una sorpresa.
Lo primero que ocurrió fue que una niña cogió y se sentó en el montón de papel mientras el resto simplemente observaba. Estaban extrañados de los objetos que veían, pero sin más, comenzaron a coger los abanicos, los papeles y las esponjas.
Hicieron diferentes cosas, unos simplemente manipulaban el papel, otros tiraban el papel hacia arriba, e incluso hacían "ángeles de nieve". Pero lo que más resaltó sobre lo que hicieron fue una niña que cogió un abanico y empezó a hacer como que limpiaban los papeles del suelo y decía "sucio, sucio".
La verdad que fue una actividad muy divertida y los niños y niñas no querían que acabase siquiera, acabamos todos llenos de papeles por todos lados.
Pero la verdad, que esta ha sido la actividad que hemos realizado en este año que más me ha gustado.
Aquí os dejo un par de fotitos para que veáis lo bien que se lo pasaron (y yo también, obviamente).
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