L10. El tiempo entre la escuela y el aula.
Esta lectura me ha impactado ya que muestra la realidad como la veo, pocas horas los niños y niñas con sus familias, todo el día acelerados por un horario y perdiendo esa esencia tan importante de la infancia.
Creo que cuando crecemos hay tiempo de sobra para estar corriendo como para hacérselo a ellos y ellas que están en un momento principal de relaciones afectivas y desarrollo íntegro.
Parecen un simple objeto corriendo de un lado a otro. En la segunda lectura nos muestra un poco cómo se ve desde los ojos de los niños/as. Además de todo esto, la educadora se siente presionada si cada día no muestra que el niño/niña no ha hecho una ficha, y les mete prisa, incluso las hacen ellas, por lo que el niño/niña no aprende y se siente agobiado
y poco valorado.
La importancia de ofrecer el tiempo necesario para cada niño y niña es crucial y más en familia.
Creo que cuando crecemos hay tiempo de sobra para estar corriendo como para hacérselo a ellos y ellas que están en un momento principal de relaciones afectivas y desarrollo íntegro.
Parecen un simple objeto corriendo de un lado a otro. En la segunda lectura nos muestra un poco cómo se ve desde los ojos de los niños/as. Además de todo esto, la educadora se siente presionada si cada día no muestra que el niño/niña no ha hecho una ficha, y les mete prisa, incluso las hacen ellas, por lo que el niño/niña no aprende y se siente agobiado
y poco valorado.
La importancia de ofrecer el tiempo necesario para cada niño y niña es crucial y más en familia.
Hay muchos padres que valoran espontáneamente el tiempo libre de sus hijos, sin embargo muchas veces existe el temor de que “se pierda el tiempo”. Por eso, muchas familias buscan actividades extraescolares para sus hijos, y no es raro que estas posean cierto corte académico, tales como aprender un idioma o un instrumento musical.
El valor educativo del tiempo libre
El tiempo libre posee virtudes educativas específicas. En esas horas diarias en las que las obligaciones académicas se interrumpen, en mayor o menor medida, el joven se siente dueño de su propio destino; puede hacer lo que realmente quiere: estar con sus amigos o su familia, cultivar aficiones, descansar y divertirse del modo que más le satisface.
Ahí toma decisiones que entiende como propias, porque se dirigen a jerarquizar sus intereses: qué me gustaría hacer, qué tarea debería recomenzar o cuál podría aplazar… Puede aprender a conocerse mejor, descubrir nuevas responsabilidades y administrarlas. En definitiva, pone en juego su propia libertad de un modo más consciente.
Por eso los padres y educadores deben valorar el tiempo libre de quienes dependen de ellos. Porque educar es educar para ser libres, y el tiempo libre es, por definición, tiempo de libertad, tiempo para la gratuidad, la belleza, el diálogo; tiempo para todas esas cosas que no son “necesarias” pero sin las que no se puede vivir.
Este potencial educativo puede estropearse si los padres se desentienden del ocio de los hijos o si lo ven solo como una oportunidad de prolongar la formación académica. En el primer caso, es fácil que los hijos se dejen llevar por la comodidad o la pereza, y que descansen de un modo que les exija poco esfuerzo como con la televisión o los videojuegos. En el segundo, se pierde la especificidad educativa del tiempo libre, pues este se convierte en una especie de prolongación de la escuela, organizada casi exclusivamente por los padres.
Conviene, por tanto, que los padres evalúen a menudo qué actividades hacen sus hijos a lo largo de la semana, y vean qué aportan éstas al crecimiento integral de sus hijos, y si su conjunto contribuye de modo equilibrado a su descanso y a su formación.
Un horario apretado significa que el hijo hará muchas cosas, pero quizá no aprenderá a administrar el tiempo. Si se quiere que los hijos crezcan en virtudes, hay que facilitarles que experimenten la propia libertad; si no se les da la posibilidad de elegir sus actividades favoritas, o se les impide en la práctica jugar o estar con los amigos, se corre el riesgo de que cuando crezcan no sepan cómo divertirse. En esta situación, es fácil que terminen dejándose llevar por lo que la sociedad de consumo les ofrece y no por sus verdaderos intereses.
Educar en el uso libre y responsable del tiempo libre requiere que los padres conozcan bien a sus hijos, porque conviene proponerles formas de ocio que respondan a sus intereses y capacidades, que les descansen y diviertan. Los hijos, sobre todo cuando son pequeños, están muy abiertos a lo que los padres les presentan; y si esto les satisface, se están sentando las bases para que descubran por sí mismos el mejor modo de emplear los tiempos de ocio.
Evidentemente, esto requiere dedicación por parte de los padres. Por ejemplo, conviene moderar las actividades que consumen un tiempo desproporcionado o llevan al chico a aislarse, como sucede cuando pasan horas frente al televisor o en internet. Es mejor privilegiar aquellas actividades que permiten cultivar las relaciones de amistad y que le atraen espontáneamente, como suele ser el deporte, las excursiones, los juegos con otros niños, etc.
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